Maridar viene de la expresión francesa
Mariage
(Matrimonio) y, esencialmente es eso: es encontrar la combinación perfecta
entre los dos alimentos, de forma que se complementen y no se solapen sus
sabores. En nuestro caso particular, hallar el “matrimonio” perfecto entre un
vino y un platillo concreto.
Para un buen maridaje, el primer consejo es
utilizar comidas que nos agraden y luego buscaremos el vino adecuado. Porque si
el platillo, ya de entrada no nos gusta, no merece la pena perder tiempo y
dinero en complementarla con un vino.
Una vez que tengamos
seleccionadas las viandas, debemos decidir quién de los dos tendrá el papel
estelar.
Al combinar vinos y comidas es
conveniente que uno de los dos lleve la voz cantante y el otro sea un mero
acompañante que lo complemente resaltando sus cualidades o escondiendo sus
defectos.
Comienza con platos sencillos pero combínalos con los
mejores vinos. Por ejemplo, un Cabernet Sauvignon con aromas a frutas rojas o
ciruelas maduras y especias es perfecto para una comida ligera.
Los
vinos tintos jóvenes contienen
más taninos que los envejecidos; por eso son perfectos para combinar platos
pesados con sabores más fuertes. El cordero, la carne de res, guisos y otras
carnes más grasas son las que maridan muy bien con vinos jóvenes.
La regla básica para los vinos blancos es que casan
a la perfección con cualquier alimento
blanco: Desde pollo o pescado hasta el cerdo, hongos y quesos poco maduros.
Un buen vino blanco elaborado con uvas Chardonnay, Sauvignon
Blanc o Riesling, que servidos a una temperatura de entre 8 y 11° C será ideal
para esas viandas.
Los vinos tintos van bien con carne roja, pero
también con aquellos platos que llevan entre sus ingredientes tomate, caldo de
ternera, hongos o un toque de tinto.
¿Y los postres?. Ese será tema de otro artículo.
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